Aventura con Martha

 Las historias de magia surgen de la nada, de lo no planeado. Es así como una noche inesperada, mis experiencias sexuales dieron un giro de 180º.

En la ciudad de Mérida me disponía disfrutar de una noche de amistad. Juegos, conversaciones, risas... La situación iba por unos derroteros en donde las 7 personas semi desconocidas allí presentes empezaban a generar una atmósfera placentera, sin tabúes. La complicidad iba en aumento, pero quedó ahí, en los jardines del austero alojamiento.

Sin embargo, la noche fue a más, así que, cómo no, decidimos dar rienda suelta a esta complicidad en un grupo en donde reinaba el buen ambiente y nos fuimos a descubrir el centro, sus bares y a mezclarnos con su gente.

Seguíamos con la complicidad, la cual iba en aumento. Un juego tonto hizo que todo fuera a más. Decidimos que había que dar protagonismo a un hielo, así que decidimos pasárnoslo de boca en boca. El hielo, se iba deshaciendo poco a poco, por lo que nuestros labios se iban juntando aún más.

En este juego yo tenía mucha complicidad con Marta. Una auténtica desconocida para mí: morena, 1,73, caderas generosas, pelo rizado y con mucho volumen; lindos pechos bien puestos... Muy atractiva. Decidimos apartarnos hacia un rincón, viendo cómo el resto jugaba. Ese rincón se llenó de complicidad, sin llegar a besarnos. 

Ya no había hielos de por medio. Parte del grupo renegaba de ello; se lamentaba.

En un acto en el cual el cable rojo se juntó con el cable azul, dije a Marta:

- ¿Jugamos a pasarnos el hielo?

- Pero... ¡si no hay hielo!

- ¡Pues hacemos como si hubiera! (y de repente me salió una sonrisa involuntaria, delatora, cómplice, que esperaba ser correspondida...

La sonrisa, como esperaba, fue correspondida. Nos fundimos en un gran beso. Nuestros labios no se detenían. Nuestras lenguas mojadas se entrelazaban con una complicidad grandiosa. Poco a poco mis manos abrazaban con fuerza su cintura, mientras las suyas apretaban con fuerza y pasión mi entrepierna. Mis manos se movían se movían hasta debajo de sus pechos, por su espada, por su nalgas... Ella hacía lo propio.

Nos encontramos solos. El espacio era nuestro. No había nadie a nuestro alrededor. Solo dos seres, desconocidos, pensando solo en darse placer. 

Ella tomó la iniciativa. Sin dejar de manosearnos apasionadamente ni un solo momento, fue bajando sensualmente: pecho, abdomen, ombligo... hasta que metió su mano por debajo del pantalón...

Yo seguí centrándome en sus caderas, en sus nalgas, mientras que mi pene reventaba los jeans que llevaba puesto.

Había que dar un paso más... así que le con la voz entrecortada, una erección que llamaba mucho la atención y una taquicardia considerable, llegué a decir lo siguiente:

- ¿Nos vamos a mi depa? (No esperaba un "no" como respuesta)

- Claro

Salimos del bar, como agarrados por nuestras cinturas, riendo y con la sensación de ser dueños de la calle...

En el auto seguimos el manoseo, acrecentando el deseo…

Una vez que abrí la puerta y dejé las llaves en su sitio, íbamos a escribir otra página llena de pasión.

No pasó ni un segundo, cuando ya estábamos besándonos apasionadamente. Un lametón en su cuello, dio paso a que le quitase la camiseta de ACDC que llevaba puesta y descubrí sus hermosos pechos. Ella mientras jadeaba, me abrazaba, me acariciaba el pene por encima del pantalón. 

Nos tiramos en la cama y tomé las riendas de la situación: se tumbó boca arriba y fui lamiendo cada centímetro de su piel: el cuello, los pechos, su abdomen... Decidí quitarle el sujetador y centrarme en sus pechos. Muy ricos. Empecé a lamérselos y el ver cómo se estimulaban, me daba más energía. Sentía sus manos que me tomaban de la cabeza con una fuerza brutal.

Llegué hasta la parte de debajo de su ombligo. Le desabroché el botón del pantalón, y sin titubeos, se lo quité. No perdí tiempo e hice lo propio con su tanga. Marta estaba súper excitada, muy mojada. No paraba de jadear. Sin pensarlo, comencé a besar sus muslos, unos segundos, hasta que ya mi lengua se perdía entre su vagina y sus gemidos y su respiración no paraban de acelerarse. Mi lengua hacía círculos, jugaba con su clítoris, en una escena en el que parecíamos unos amantes conocidos.

Ella se vino con lo que decidió que quería hacer tocar el cielo. Me pidió que me quitara la camiseta y me recostara. Obedecí, como no podía ser de otra manera. Empezó a besarme por mi cuerpo, poniéndome el corazón a mil por hora. Su lengua recorría de arriba a abajo todo mi tronco, subiendo ocasionalmente hasta mi boca, mientras yo acariciaba su cuello. Hasta que me bajó los pantalones y los calzones... todo a la vez.

Mi erección era brutal, así que ella comenzó a lamer mi pene con suavidad. Su lengua recorría toda mi verga. Lo hacía de maravilla. Mis gemidos iban en aumento. Yo no podía: me iba a venir. Por ello, decidí que era momento de penetrar y de disfrutar un poco más.

Sin cruzar cuatro palabras, ella se sentó sobre mi pene. Comenzó a cabalgar mientras yo juagaba con mi lengua y sus pechos. Tenía una mano agarrándola su culo, mientras que con la otra me ayudaba para excitarla sus pechos.

Ambos hacíamos para que la otra persona disfrutara. Marta gemía y se volvió a venir. Aproveché ese momento para pedirle que se pusiera a cuatro patas; Marta accedió y empecé a darle embestidas, mientras que agarraba fuertemente sus pechos y ella no dejaba de gemir; el volumen de sus gemidos iba en progresión, hasta que se volvió a venir.

Yo estaba a punto de terminar. Seguí penetrándola variando el ritmo y jugando con mis dedos en su ano. Ella estaba gozando, así me lo hacía saber. 

En ese momento me iba a venir. Marta lo sabía, lo notó. En ese momento, le pregunté:

- ¿Dónde quieres que me venga?

Ella girándose y mirándome, señaló su boca.

Esa señal. Esa mirada tan sensual y viciosa me hizo que mi excitación fuera a más (y mira que era difícil). Dejé de penetrarla; ella se giró, con la mirada fijada en mi verga. En ese momento, se la metió en su boca y en un instante descargué todo mi semen dentro de su boca.

Nuestros cuerpos empezaban a relajarse después de tan grata experiencia...

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